martes, 11 de agosto de 2015

LOS MANJARES AFRODISÍACOS











por Rodrigo Mestre
Periodista y comentarista gastronómico

Uno de los casos que en el arte del gastrónomo aún queda por demostrar con certeza, es el efecto que puede producir un alimento determinado, dentro del organismo, para potenciar su capacidad sexual. La historia de la humanidad está llena de retazos pintorescos -que se nos antojan fantásticos- describiendo la confección de pócimas y mezclas de especies hechas por ilustres personajes con el único propósito de enervar el ánimo placentero  que ellos mismos notaban en decadencia. Algunos murieron en el empeño, otros enfermaron de gravedad y pocos tuvieron lances erótico-amorosos reales para demostrar los efectos de su invención alimenticia. La verdad, en los tres casos, es una y fundamental: el factor psíquico y anímico de los personajes en el momento en que creyeron en la influencia alimenticia para que la tomaban. El deseo, a menudo, lo puede todo.
La cultura gastronómica va ligada de una forma universal a la cultura erótica. Fíjense que a mayor abundamiento de erotismo más se habla de arte culinario. Mucho pesar tienen las dictaduras políticas de no poder prohibir el gusto como lo hacen con la vista. El gusto es el sentido menos castigado en la historia de los pueblos. En la India pueden pasar hambre, pero existen infinidad de familias numerosas. Esto es harina de otro costal.
Muchos nombres populares relativos al sexo son de raíz latina y derivados de los nombres propios originales en alimentación. No es mera casualidad, ya que desde tiempo inmemorial se ha producido esta duplicidad de nomenclaturas.
La luna de miel proviene de la costumbre ancestral de proporcionar a los recién casados cantidades de miel para su fortalecimiento en los primeros días del matrimonio. No iban equivocados nuestros antepasados por lo que respecta a las propiedades salutíferas del líquido elemento. En cambio, hace pocos siglos, en Francia, prohibían a las doncellas ingerir e incluso mirar a las alcachofas porque inducían los más disparatados juegos libidinosos. Inocente alcachofa. En ciertas abadías se prohibió el pescado, ya que se consideraba perturbador de la castidad. No digamos las propiedades que se llegaron a inventar de las especias llegadas después del descubrimiento del nuevo mundo y sus platos confeccionados con ellas. Se atribuían sus orígenes al mismo diablo. Todavía colean atributos de la pimienta, cayena, gengibre y  ging-seng en nuestros días. Las especias en pequeñas dosis y sin crear hábito puede que produzcan una exaltación del ánimo; pero en cantidad y asiduidad pueden formar estragos irreparables en nuestro aparto digestivo y, si para apagar el fuego picante le aplicamos el frescor del alcohol, la exaltación se traducirá en modorra y quizá morrocotuda.
Si observamos las costumbres que utilizamos para cortejar una dama, lo primero que se nos ocurre es invitarla a merendar o cenar. Es el primer paso que creemos nos debe llevar a una situación favorable de lo que se pretende con la dama. Escoger el ambiente adecuado que rodee la situación, elegir el menú, acertando la predilección o capricho femenino -quizá por intuición-  seleccionar las bebidas que acompañarán las viandas y el pequeño detalle, un obsequio, relegado para el final, componen los peldaños que nos alcanzan el rellano del deseo que, inevitablemente, es lo que se persigue.
Todo ello, si se consigue el objetivo, queda envuelto en el enigma afrodisíaco que cada uno, a su buen entender, crea privadamente en su casa o bien dejándolo en manos de profesionales de la restauración y que les brindan un marco adecuado de intimidad. Nos acordamos de las comidas de negocios, de las cenas políticas y de los almuerzos con gente importante. Podríamos apostillar que  la comienda no tiene enmienda.

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